La teoría de la insaciabilidad

Los gays somos -en buena parte- seres insaciables. Podemos tener una relación de pareja de ensueño, al mismísimo príncipe azul a nuestro lado, pero vamos a una discoteque y las hormonas se destruyen unas a otras. Y no precisamente por la adrenalina del baile o de unos shots de tequila demás. Vemos a un hombre más guapo, con mejor cuerpo y ese príncipe azul del que hablaba se convierte en un ogro.

El ejemplo más claro se da en aplicaciones como Grindr o Tinder, donde la insatisfacción se hace evidente. Estemos en el plan que estemos, siempre vamos a querer a alguien más. Desde un “lo que se dé”, hasta una incipiente andanza. Todo se va a la mierda cuando un hombre más guapo y con mejor cuerpo aparece. Es lo que yo llamo la Teoría de la Insaciabilidad.

Hace un tiempo, hice match con un tipo en Tinder. De partida, fui yo el que tuve que hablarle. La interacción fue pobre. Fría. Acordamos seguir hablando, algo que –bien sabemos- casi jamás ocurre. Un año y medio después lo vi en una discoteque. Estaba de lo mejor con un chico, bailando, besándose como si no hubiera mañana. No me paraba de mirar y yo a él. Pareciera que nos decíamos mutuamente: “Podríamos estar juntos, pero te fuiste con alguien que consideraste mejor”.

Meses antes llevé por primera vez a la misma discoteque a mi mejor amiga y su novio. Nos sentamos en una orilla. Una pareja de lesbianas estaba tan acaramelada que me provocó puras sensaciones de ternura. Eso hasta que mi amiga se sentó frente a una de ellas. A la lesbiana N°1 le faltaron ojos para mirarla. Ahí estaba, patudamente mirando a una chica hetero y abrazando a su polola a la vez. Un descaro tremendo.

Como decía, la Teoría de la Insaciabilidad (T.I, de ahora en adelante), se presenta en todas sus formas, contextos y características. Cuando buscas simplemente follar con alguien, sin compromisos, “sin tanto tramite”, ocurre una situación muy particular. Le hablas a muchas personas, a todas le vas con el mismo discurso. “Algo exprés, sin memoria”. Sin embargo, sabes que hay un filtro funcionando de por medio. Estadísticamente, de 5 personas con las que iniciaste un chat para un polvo, al menos 2 de ellas no son de tu agrado, le hablaste por caliente y por si te resulta. Es en ese momento donde la T.I entra en acción. De los 5 hombres, hay 2 que consideras ricos y que te respondieron a tiempo para saciar tu hambre de sexo. Concretas el encuentro. Incluso con los 2 pero a distintas horas. ¿Y qué hay del resto? ¿Qué hay con los más “feos”? Los dejaste pagando, con un lindo visto en la app. ¿Culpa? Nah. No sabes de culpa. Después de todo, es solo sexo. Y tu conducta, casi selección natural.

Pero sería sumamente injusto y arbitrario definir este fenómeno de la comunidad gay si sólo nos fiásemos de aplicaciones tan banales como las que nombré. Llevemos esto entonces a la realidad más romántica.

Hace unas semanas conversaba con tres chicos que viven juntos en un departamento. Tratamos el tema de la infidelidad. Uno de ellos, ni se arrugó para decir que engañó cuantas veces quiso a su pareja de años. “Me comí a varios en las discos y él nunca supo”. Además, recalcó que si tuviera la posibilidad de comerse a alguien rico estando en pareja, lo haría sin pensar. Ni una pizca de arrepentimiento pude apreciar en su discurso. El resto quedó impactado por su relato, dejando entrever que la fidelidad es una cualidad básica para ellos. Un mínimo de etica.

Una situación similar ocurrió una vez que visité la casa de otros amigos. Uno de los invitados viajó de lejos y digamos que hizo muy buenas migas con otro chico. ¡Sorpresa! Ambos estaban pololeando pero el coqueteo esa noche se les hizo poco. Tanto así que todos los presentes nos dimos cuenta y comenzamos a cuchichear sobre lo que estaba pasando.

Ya mencioné que la T.I se aplica desde un follón exprés hasta el pololeo. Solo falta analizar el contexto de la andanza. Ese medianamente ilusionante escenario en el que llevas varias semanas saliendo con un chico, hablando hasta tarde por WhatsApp, planeando panoramas. Todo bien hasta que… ¡UPS! Te habló tu ex, y el chico con el que llevas saliendo semanas tiene ahora miles de defectos, su cara se afea milagrosamente y la mediana ilusión es ahora un simple recuerdo de tu historial.

Para que esto no parezca teleserie, digamos que no siempre puede ser tu ex quien te hable en el momento menos esperado. Puede ocurrir que un puntito rojo se haya asomado en la ventana de Grindr. Porque sí, eres tan insaciable, puta y asegurada que jamás borraste la aplicación y te conectabas de vez en cuando. Muchas de esas veces lo hiciste frente a él o después de ir al cine.

¿Seguirás preguntándote por qué las relaciones gays más juveniles casi nunca funcionan?

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